«Ya que la proporción de población urbana de todos los países, sin distinción, es actualmente de 50 %, sería tentador decir que la forma urbana ha triunfado en todas partes. ¿Pero es esta una afirmación pertinente? ¿Podemos decirlo sin abusar del idioma y sin admitir que no entendemos nada de lo que ha sido la ciudad desde hace milenios, de lo que fue la lógica de su aparición y expansión, de lo que probablemente es la ciudad todavía?».
A partir de estas preguntas, Marcel Hénaff ha escrito un libro acerca del sentido de la ciudad. Si en el momento en que nos parece que el mundo deviene ciudad, la ciudad deja de ser un mundo, nos dice el autor, es porque, aunque ella fue, desde sus comienzos, monumento (imagen del mundo), máquina (sistema de producción) y red (dispositivo de circulación), la exacerbación de estas dos dimensiones en detrimento de la primera ha significado un distanciamiento cada vez mayor entre el citadino y el ciudadano. A través de un recorrido que va desde Creciente Fértil y Mesopotamia hasta las actuales metrópolis, Hénaff nos muestra que el sentido del espacio construido solo puede ser el del espacio común, ese que resiste el movimiento que va de lo monumental a lo virtual y se encuentra en los lugares donde se conserva la vida de barrio, esos que nos dan «la certitud de que la ciudad es nuestro lugar de residencia en la Tierra».