En el último siglo y medio de desarrollo urbano se ha creado una situación en la que las vías públicas son el campo de batalla de contendientes desiguales: los automóviles de combustión interna, potentes y numerosos, y las bicicletas, vulnerables y menos numerosas. Décadas de decisiones jurídicas, políticas y de infraestructuras han acabado favoreciendo al automóvil y las vías urbanas se han diseñado en consecuencia. Pero esas mismas decisiones no han suprimido los derechos fundamentales de ciclistas y peatones; han mantenido el compromiso de una vía pública compartida, lo que puede tener sentido desde un punto vista jurídico abstracto, pero en realidad ha dado lugar a una competencia desigual de frenos chirriantes. Partiendo de las calles y carreteras como bienes comunes, James Longhurst recorre las pugnas por el espacio público desde el siglo XIX hasta la actualidad.
«El loco de la bici es una criatura de la especie humana con los gemelos mucho más desarrollados que su pobre intelecto [
]. Baja el manillar hasta que la espalda se le curva como si fuera un gusano medidor sobre una rama [...], monta en su bici con el salvaje resplandor del júbilo demoníaco en su mirada de serpiente y atropella un carrito de bebé en cuanto tiene ocasión». A su paso, «como los muertos en la verde ladera de Cemetery Ridge tras la carga de Pickett en la batalla de Gettysburg, quedan las víctimas abatidas por este maníaco salvaje y descontrolado»
Editorial de Rochester Post Express, 5 de mayo de 1896