Cuando escribe, Inés Ulanovsky parece estar leyendo fotografías: deliberadamente lacónica, es realista en cuanto no se va en metáforas que opaquen la desnudez del objeto (o es fiel a esos fotógrafos de redacción que sueñan con que las notas sean cortas para que su obra luzca más grande). Cuando fotografía, o elige fotografías, deja sin palabras, precisamente porque lo que muestra cuenta una historia que parece hablar hasta por los codos. Es genial: documentalista, no cede al totalitarismo de aquello a documentar, afantasmando la imagen hasta alejarla del documento: hacia el arte. Basta ver sus series Fotos tuyas y Esma.
Las fotos puede leerse como un libro de cuentos de misterio donde el enigma que se revela es siempre una foto (entonces revelar conserva todas sus acepciones): el del hombre que encontró su identidad mirando la foto de su padre, el del muchacho al que se fotografía antes de conocerlo y casarse con él, el del que se hizo sacar una foto durante un verano y resulta que fue en el lugar donde moriría, el de quien perdió todo pero lo recuperó por las fotos de un fotógrafo amigo que, al hacerlo, lo convenció de que tenía una vida
Las fotos de Las fotos no son ilustrativas, son más bien pruebas como las que se utilizan para demostrar un delito (algunas lo son efectivamente: las del terrorismo de estado), talismanes amorosos como los que se suelen llevar en camafeos, muy cerca del corazón. Texto y foto son también performáticos: recrean una y otra vez el momento en que, ni la ciencia ni la técnica, pueden explicar como, desde el fondo de una cubeta, en una hoja en blanco, va emergiendo una imagen. Pura magia.