Hay algo de otro tiempo en la poesía de Mariana Spada: un léxico abundante sin dejar de ser preciso, un deleite pausado en la contemplación de los paisajes fluviales de la infancia y un tono contenido que, en algunos momentos, sin embargo, deja pasar la urgencia del presente. De todos modos, no hay que confundir conservación con conservadurismo. Más que de conservar lo recibido, se trata de ejercer un cuidado ante y por el mundo, aunque esa mirada cuidadosa a menudo se vuelva quirúrgica. La observancia de esa ley de conservación consiste en el cultivo de una voz a ecuánime distancia del deseo y lo deseado, entre el tronco caído del árbol genealógico y los yuyos que, filosos y felices, proliferan.