La novela desanda el itinerario de una pareja abierta y nómade, fascinada con las mitologías contraculturales (la generación beat, la psicodelia, la literatura erótica de Henry Miller), y poseída por un deseo de fuga, en sus desplazamientos entre Buenos Aires, Oaxaca y Canadá. Intercambios de fluidos, fantasías onanistas, voyeurismo furtivo, ménage-à-trois, camas redondas: todas prácticas consagradas al éxtasis lúbrico y a la experimentación. Sin embargo, lejos de ser una apología del "amor libre", el tono melancólico con el que se tiñe el final del relato funciona como un bálsamo para las heridas abiertas por el mal de amores y como una suerte de meditación sobre las ingenuas idealizaciones de la "revolución sexual", acechadas por los celos y el fantasma del sida.