CARLOS ILLADES / TERESA SANTIAGO
El estado de Guerrero muestra la descomposición social, el colapso institucional y el fracaso de las políticas de seguridad que tienen a México en vilo. La entidad no es una excepción, es el extremo. La espeluznante realidad suriana desborda el cuadro diario que ofrecen los exabruptos de un Estado disfuncional, una clase política corrupta y la falta de escrúpulos de por desgracia no pocos de los dueños del dinero. Los guerrerenses, mayoritariamente pobres o miserables, resisten cuanto han podido, sucediéndose ciclos de represión y autodefensa en el siglo pasado, mientras la guerra sucia se ensañó con las comunidades de la sierra y de la costa hace cinco décadas. Actualmente, el despojo y la violencia, la injusticia y los cacicazgos anacrónicos contextualizan la economía criminal enraizada en el Sur profundo. Ésta afecta el entramado social, mina las instituciones de la república y gobierna de facto la entidad. Su reproducción genera una violencia permanente, superpuesta a otra preexistente, endémica, atizada por la desigualdad social.