En todas las escenas de perdón que proliferaron en Chile después de que Pinochet entregara el poder a los civiles, ¿no se condensó, de forma tanto instrumental como fundadora, aquello que hoy se nos revela como país? A casi cincuenta años del golpe de Estado y a casi treinta de la recuperación de la democracia, ¿podemos hablar de un perdón que prologó y auguró el tipo de sociedad que se construiría en Chile?
Son estas las preguntas que podríamos comenzar a responder después de la lectura de este libro tan inquietante como urgente. Es esta, también, la importancia que un filósofo como Jacques Derrida puede tener al interior de una cultura política como la chilena, la misma que hizo, creemos, del perdón el prólogo de una sociedad que se ha caracterizado por organizarse sustancialmente a partir de instituciones (económicas, políticas, constitucionales, etc.) heredadas de la dictadura, y que no ha podido sacudirse completamente a pesar del tiempo transcurrido.
Estas preguntas son decisivas para comprender la naturaleza del perdón y se encuentran, siempre, acechando su invocación [?]. ¿Puede alguien pedir perdón a más de una persona: a un grupo, a una comunidad o a un país? ¿Quién tendría este derecho? [?] Lo imperdonable es una exigencia para lo perdonable. Dicho de otra forma: es sólo en la imposible formalización del perdón que el perdón mismo adquiere una posibilidad y se nos revela como horizonte de emancipación.