Penny, la joven protagonista de esta novela autobiográfica, quiere «dinamitar la sociedad». Ha huido de la casa familiar a bordo de un tren que recorre una ciudad subterránea, un viaje que, por momentos, parece una inmersión en su propia conciencia, pues se va deteniendo en todos los temas que ya se apuntaban en su anterior novela, Con rabia (Periférica, 2017): los escollos que en su personalidad genera su educación burguesa, el alcance de la religión en la configuración de su moral, la formación sexual de las mujeres y el papel que se les asigna en la Italia de los años sesenta, la necesidad de posicionarse del lado de los oprimidos En la estación ferroviaria, una suerte de representación bajo tierra del mundo, se encuentra con policías, obreros, curas, artistas, arquetipos de los que se sirve para construir un discurso contundente, irónico, repleto de planteamientos originales, apasionado y de plena vigencia.
Dueña de un sugerente repertorio de referencias literarias e imágenes surreales, la voz decidida de la joven nos recuerda, en ocasiones, a una Alicia que transitara a través de su personal país de las maravillas. Penny quiere ser libre por encima de todo, pero su educación y procedencia le imponen una serie de límites que la llevan a sentirse sobrepasada en el manejo de su propia libertad.
«¿Cómo he podido vivir hasta hoy tan llena de complejos? Necesito abolir el bien y el mal y la culpa. Necesito abolir la idea de tener un fin en la vida que no sea vivir.»