Hay escritores que nos producen un desasosiego al constatar el desinterés público por toda una obra dedicada a las letras, toda una vida en que la fuerza de una vocación se impone a las continuas desviaciones de una existencia constreñida por las costumbres, su legado no llega casi nunca al reconocimiento que en muchas ocasiones esa obra merece; tal es el caso de Armida de la Vara.
Muchas veces en La creciente, además de las voces narrativas, encarnadas en personajes o en un narrador omnisciente, también está la voz colectiva del pueblo. La agudeza y capacidad de introspección psicológica que hace Armida en algunos de los personajes, como el largo texto de la mujer que vive cerca del cementerio y que está envejeciendo, o el desesperanzado grito del que ha perdido a su amada.
La reedición de dos de las obras importantes de Armida es un acto de justicia para la obra de una escritora con una voz única, porque combina sabiamente varios discursos y logra el enlace entre el discurso histórico, el de la oralidad y el letrado sin que se rompa la coherencia interna del parágrafo, le da un perfil específico a su estilo, lo que se hace evidente en su colaboración con Luis González en el libro de Pueblo en vilo.