La Cantante de Jazz aparece asesinada y únicamente un policía trompetista, el melancólico Martínez, puede adentrarse en ese hermético universo en el que los egos, las envidias, las pasiones, los odios, las culpas, las redenciones y los excesos flotan entre el humo atrapado en un oscuro antro, al sutil ritmo de una batería acariciada por la voz rota de la muerte. Goransky construye una deliciosa parodia del género policiaco con sonidos de trágica ironía y fraseos contundentes como: En Buenos Aires, la policía no estaba muy interesada en investigar la muerte de una intérprete de una música «tan poco ciudadana».