Inteligencia artificial, aprendizaje automático, tecnologías de vigilancia, algoritmos predictivos: desde hace varias décadas que el vigoroso avance de la cibernética consagró el triunfo de una concepción tecnocientífica del mundo. La automatización de las máquinas digitales ya no parece ser la consumación de viejas utopías tecnológicas, sino más bien el telón de fondo sobre el que se recortan las cada vez más habituales catástrofes climáticas, geopolíticas, financieras, psíquicas. Pero, antes de condenar a la cibernética como el origen de todos nuestros males, es necesario pensar en profundidad en la reciente evolución de los sistemas artificiales y de qué manera estos ponen en crisis la distinción entre naturaleza y tecnología, máquina y organismo, sistema y libertad sobre la que se basó la modernidad. Yuk Hui se aboca a esa tarea mediante una reconstrucción histórico-crítica del concepto de lo orgánico en filosofía, que aparece en la Crítica de la facultad de juzgar de Kant y plantea una ruptura respecto a la visión mecanicista del mundo para fundar un nuevo umbral del pensamiento.
Dos nociones fundamentales asisten a Hui a la hora de comprender esta nueva condición: la contingencia y la recursividad. A diferencia de los sistemas mecánicos, los sistemas recursivos no implican mera repetición sino que están abiertos a la contingencia y, a partir de ella, pueden volver sobre sí mismos para autodeterminarse. Esta epistemología organicista que subyace como principio de la técnica del siglo XXI nos posiciona frente a una encrucijada civilizatoria: o profundizamos el sentido de la actual globalización tecnológica, que mecaniza la naturaleza para volverla un mero recurso a consumir, o establecemos nuevos marcos para los desarrollos tecnológicos futuros que sean capaces de sustituir la tendencia totalizante y apocalíptica de la modernidad occidental por una nueva geopolítica basada en la tecnodiversidad y la integración orgánica del cosmos.