¿Qué hace la historia de las ideas? Describir campechanamente lo que descubre al seguir el hilo de la progresión temporal. Esto, objeta Foucault, es confundir la aparición de las dispersas ruinas de un templo con el templo mismo. Y, ríe de esta insuficiencia y de esta ingenuidad. Allí está la enemiga mortal de la arqueología, esa confusión que constituye el principio de la doxología. Su ámbito, la opinión, es incompatible con el ámbito de aquella, la episteme. El arqueólogo se consagrará a la reconstitución de la episteme de una época porque esta goza de una primacía de derecho: ella es la que permite la existencia misma del conjunto incoherente de las opiniones contemporáneas. Creer lo contrario, como hace el doxólogo, creer que de la infatigable confrontación de las opiniones surgirá la unidad inteligible, es invertir el orden de las causas y de los efectos, es cometer una falta de lógica. Es necesario descender profundamente bajo el nivel doxológico para volver a encontrar el basamento arqueológico que representa sus condiciones de posibilidad.