Ya Aristóteles definía hace veinticinco siglos la esencia como «aquello por lo que una cosa es lo que es». Y esta contundencia analítica se manifiesta en el campo de los sexos, considerando que ser hombre o ser mujer es algo esencialmente diverso, que condiciona desde la morfología genital hasta la cerebral. Este discurso, en el que la diferencia femenina siempre ha jugado a la baja, ha funcionado como recurso de hecho para justificar la dominación patriarcal.