En este libro ejemplar, Gabriel Giorgi analiza con excepcional agudeza la inestable figuración de la homosexualidad en relación con el cuerpo social, la particular amenaza colectiva que constituye el nombrar es decir el volver visible una diferencia cuya viabilidad depende de su supresión misma, ya por medio del escamoteo retórico, ya a través de reales actos de exterminio. Pero si la homosexualidad es lo que se deja en la sombra, como le reclamaba Rubén Darío a Oscar Wilde, si es lo no dicho de una sociedad sana, es al mismo tiempo como siempre lo reprimido lo que no se puede callar. El no lugar de la homosexualidad en los discursos culturales argentinos hace que, paradójicamente, esté siempre presente, ya como punto álgido, como problema, ya conectada con otras categorías discursivas de exclusión y de condena. Se desliza en los discursos de la salud, de la ley, de la ciudadanía, o aparece asociada arbitrariamente con otras figuraciones abyectas a fin de volverla más pasible de discriminación, de condena. La homosexualidad es el secreto a voces, lo que Giorgi llama, para citar una de sus muchas frases felices, el revés del patrimonio público#, es decir, el entramado de ese patrimonio, su base secreta pero inevitable. Es la diferencia fundadora: es necesaria la figuración de la homosexualidad para que luego sea posible su desaparición. Solo así puede formularse la norma colectiva. Giorgi examina este juego perverso de figuración y desaparición en textos fundamentales de la literatura argentina Piglia, Viñas, Cortazar, Bioy Casares, Perlongher, Lamborghini, Fogwill. No es su propósito diagnosticar ni establecer identidades sexuales fijas, ni proponer subjetividades específicas. Sí en cambio se detiene con sutil atención en la materialidad misma de los cuerpos homosexuales nómades, esa deriva transgresiva a través de una sociedad que busca borrarlos, por temor o por deseo la diferencia es nimia. Sueños de exterminio es un libro inteligente, riguroso y oportuno, me atrevo a decir que en el futuro será un libro imprescindible. Sylvia Molloy
