Durante los siglos XVI y XVII, la vida de las mujeres estaba marcada por estrictas limitaciones que reducían su presencia al espacio doméstico y dificultaban su participación en la vida pública. Los manuales españoles de conducta femenina de esa época, como los muy conocidos Instrucción de la mujer cristiana (1524), de Juan Luis Vives, o La perfecta casada (1583), de fray Luis de León, reflejan la mentalidad de una sociedad muy jerarquizada y regida por códigos patriarcales en la que las mujeres se encuentran sometidas a la autoridad masculina.
El perfil de comportamiento propio de la mujer ideal la limita a su papel como esposa, madre, hija o hermana, y veta su participación en los asuntos que trascienden lo doméstico. Vives, por ejemplo -si bien defiende de acuerdo a su ideario humanista la necesidad de fomentar la educación-, en el caso de las niñas, reduce esta educación a la bondad, la honestidad y las labores "propias de su sexo", y no a convertirlas en letradas o a despertar su curiosidad intelectual. Fray Luis de León es explícito cuando escribe que "como la mujer buena y honesta no la hizo para el estudio de las ciencias ni para las dificultades de los negocios, sino para el oficio simple y doméstico, así Dios las limitó el entender Y, por consiguiente, las tasó las palabras y las razones". Muchos otros moralistas como Pedro de Luján, Gaspar Astete o Alonso de Andrade contribuyeron a desarrollar y a difundir esta visión del papel de la mujer en la sociedad.