Laberintos, encrucijadas y pequeñas epifanías definen en cada página el devenir de los personajes que, arrastrados por un espíritu travieso, se envuelven en diálogos profusos y contradictorios en los que cada hallazgo personifica la manifestación de un destino improbable que pone en duda los motivos de su aventura. En estos cuentos, el universo de Katchadjian se desdobla con la lógica de un holograma que, tentado por sus ángulos posibles, deja que la luz decida qué imagen proyectar.
Matones buscan a un poeta desterrado por los santos del pueblo, pero al perseguirlo intuyen que su vocación puede ser la música. El esclavo de un gigante cruza una guerra para buscarle un traje qué vestir en su muerte, pero cuando se encuentra con una compañera la travesía cambia. Un santo que no es santo, que sí es santo, huye de un pozo y trata de esconderse, pero una vez más el destino impuesto la negación de su identidad termina por dictarle una nueva condena.
Y, sin embargo, la narrativa sigue, la narrativa, la narrativa
y un caballo invisible nos lleva, con un humor extraño, a través del misterio: un estilo que a nada se parece, ni siquiera a sí mismo.