A simple vista, poco hay en común entre Moro y Benjamin. Pero, nos dice Abensour, tienen en común acaso lo esencial: la utopía. Pero, ¿por qué analizarlos uno junto al otro, entre tantos autores y autoras posibles, entre tantos y tantas que también tienen en común la utopía? No se trata, desde luego, de cotejar al lejano precursor con quien consuma el pensamiento utópico. Con Benjamin no alcanza la utopía ninguna consumación (si es que tal cosa fuera posible, que no lo parece); ni Moro es el primer cultivador del género utópico, por más que le haya dado el nombre. ¿Entonces? La justificación que da Abensour de la yuxtaposición que propone es que Benjamin encarna el pensamiento utópico que persiste en medio del desastre. Un pensamiento, pues, que no se contenta con lo que parece posible en lo inmediato, que no rebaja las aspiraciones en la hora del peligro. Pero, también, un pensamiento que persiste en la utopía con un fuerte sentido autocrítico, completamente alejado de la exaltación apologética.