Al lector -puede sucederle en cualquier noche, o en algún otro momento del día-, le es imposible darse cuenta de su atrapadura, pero será tragado, llegará al vientre no de la incertidumbre, sí al de la imaginación y es tanto como decir, el lector comienza el paso de la multiplicidad, la bifurcación oteada por él. Infinitos son los caminos que seguirá, pues, sin darse cuenta uno a otro van uniéndose hasta formar la esfera de la vida, mas, para ver esto, el lector debe seguir el deslizamiento del silencio, como debe tirar del sonido para hacerse de la voz, al aproximarse a la belleza, si bien, llega a ser por instantes, sólo una flaca idea, es también una ilusión y en ella, la belleza es, a razón del lector, sino perfecta, casi perfecta. Aunque haya quien no vea en ella ningún valor práctico, sin embargo, les impone -de cierto modo-, a los sentimientos, algo de gusto, equiparable al hechizo. Esto aconteció en el fondo de los ojos del lector al encontrarse entre Mujeres de Tinta. Palabras misteriosas, conjuntadas en todas ellas, seis y cada una a su manera, más allá de contar sucesos nos entregan encantamientos, o quizá la enseñanza. La enseñanza, en mi caso, siendo lector quien clarifica la existencia a partir de lo leído, experimenté en todas y cada una de ellas, la simbiosis. El impulso a seguirlas como entronque transversal dado entre autora y lector, destinadamente unidos en el personaje o la heroína, transitorios permanentes en Mujeres de Tinta. Esteban Ascencio.