He aquí la defensa de uno de nuestros derechos fundamentales: no ser discriminados por la orientación sexual, emprendida por un pensador injustamente olvidado. Sin vericuetos teóricos, Bentham hace suya la batalla contra la insistencia moralista de castigar la homosexualidad, delito que se penaba con la horca. Si quienes se entregan a ella lo hacen de mutuo acuerdo y no dañan a nadie, entonces ¿cómo justificar que se proscriba una inclinación tan inocua para la sociedad como placentera para sus practicantes? Aunque a la distancia sólo quepa leer algunos de sus alegatos en clave paródica, este breve discurso es un recordatorio fiel de cuán razonables son para cada época sus propias convenciones, por más oprobiosas que resulten. Frente a la serie de acontecimientos internacionales, como la legalización de las uniones gay en México y los Estados Unidos, textos como el de Jeremy Bentham resultan útiles y necesarios, pues ayudan al lector a tener un criterio más abierto y tolerante frente a los cambios que se están dando en nuestra sociedad.