He aquí la defensa de uno de nuestros derechos fundamentales -el de no ser discriminados por la orientación sexual- emprendida por un pensador injustamente olvidado. Sin vericuetos teóricos, Bentham hace suya la batalla contra la insistencia moralista de castigar la homosexualidad, delito que se penaba con la horca. Si quienes se entregan a ella lo hacen de mutuo acuerdo y no dañan a nadie, entonces ¿cómo justificar que se proscriba una inclinación tan inocua para la sociedad como placentera pa sus practicantes?