Se trata de un poema en verso libre, con 687 versos específicamente, que juega visualmente con la disposición visual de la página, las cursivas, las preguntas retóricas, los espacios entre letras, las mayúsculas y minúsculas así como con los signos de puntuación, por ejemplo, los corchetes, los paréntesis y los guiones. Al final del texto, se incluye un epílogo, donde la autora comparte, con tono muy íntimo, su proceso de escritura, cuál es su intención, de dónde parte la idea de su poema y las divagaciones que la llevaron a abandonar, cuestionar y, posteriormente, retomar su texto.
El libro es una apropiación por parte de la autora del poema Piedra de sol de Octavio Paz. En este sentido, Lucía María trata de seguir una línea ya planteada, pero agregándole su propia esencia desde una voz y cuerpo de mujer. Asimismo, Lucía busca expandir la poesía hasta volverla accesible a todos y todas y reconocer nuestra posibilidades como seres humanos, pues el cuestionamiento sobre la propia existencia es una base para el desarrollo del poema. Existe, además, una pelea constante entre el binomio muerte-vida, ya que Lucía María nos hace conscientes de cómo estamos petrificados por el sistema que nos vuelve muertos en vida. Es por ello que en el texto se percibe una resistencia a esta posible muerte, de modo que Lucía María nos arroja, por medio de sus versos, a la vitalidad, el movimiento y a buscar una fuerza interior propia. Con la potencialidad de las imágenes proyectadas por el campo semántico del cuerpo, la naturaleza y lo líquido, Lucía María nos empuja a buscar una liberación y a abrazar nuestra capacidad para amar desatada, incluso, desde una explosión de lo erótico.