La fantasía guarda con la realidad una curiosa relación de lejanía y proximidad. En definitiva, la fantasía crea un escenario en el que se opaca el horror real de la situación. Tal es la perspectiva lacaniana que rige todo este libro. Esa oscilación humana entre cercanía y alejamiento de la realidad ocurre en todos los ámbitos de la vida, incluso en el amor. En nuestro tiempo, los medios masivos de comunicación no hacen más que apoyar fantasmáticamente ese acoso de fantasías que nos libera y nos aherroja. El cine, por ejemplo (y todo el libro está plagado de ejemplos fílmicos sobre este tema), nos da esa imagen fantasmática de la mujer "cuya fascinante presencia oculta la imposibilidad inherente a la relación sexual". Surge así un sujeto secreto cuya libido relaciona lo sublime con lo abominable. Nada más peligroso que la apertura excesiva en el amor, la manifestación de lo obsceno espiritual, que nos permite diferenciar teóricamente el goce del placer. En el terreno del poder político esta obscenidad se hace flagrante: la Nación se convierte en Cosa, en cosa nostra podría decirse. El "nacionalismo" es la irrupción de una serie de mitos que organizan un goce social que al otro le parece excesivo. La pregunta del sujeto consciente no es ya "¿qué quiero?" sino "¿qué quieren los otros de mí?", lo cual nos introduce en la turbiedad de los hechos en que nos vemos obligados a participar. Tal es el carácter intersubjetivo de la fantasía. A la postre, esa realización indulgente del deseo en forma alucinatoria (y no otra cosa es la fantasía) crea aquello que pretende ocultar y lo acrecienta, y acaba identificándose con una castración simbólica y una pérdida de realidad al desear y temer su cercanía.