Sonia Catela con su maestría habitual nos entrega un momento de la Historia que, trágica, insiste. Lo
que sucede en El barco a fines del siglo 19 es tan actual como singular, único. Sorprendente aquí porque las mujeres quieren rehacer Proscurov donde sea que caigamos. Con biblioteca, templos, casas de
mala fama, habladurías y odios. Como caracoles, se desplazan. La autora, que nos señala el horror, no
deja de mostrarnos cómo aún en situaciones infrahumanas lo humano tiene cierta pretensión y, por
ejemplo, alguien que llevó uvas comenzará a pisarlas. Otros acompañarán ese hacer y Eros renacerá
aunque se esfume. De cierta manera, se busca una tierra sin mal. ¿Podrán estos viajeros-migrantes
poner un tope a la repetición queriendo seguir siendo quienes fueron? Una larga marcha en el vapor
Wesser primero y por tierra después, transcurre a un ritmo en blanco y negro. En este éxodo no se
cruza el desierto, se cruza el mar. Sonia Catela nos lleva con la construcción de El barco de un real a
otro. Acaso ¿no somos nosotros el lugar?