Disertación asumida en plenitud por quien la enuncia, el ensayo se erige como el tratamiento de todos los temas, o de cualesquiera que tenga relevancia para su autor, desde su propia experiencia, intelectual, contextual e, incluso, espiritual; el ensayo pondera el discurso, necesariamente subjetivo, para comentar, dialogar, sobre el mundo desde una perspectiva -una creación- personal. Resultado de una tradición que se remonta a Michel de Montaigne y Francis Bacon, y que ha tenido desde entonces grandes exponentes en la literatura, desde donde se erigió como un nuevo género -que se niega, al mismo tiempo, a ser clasificado, acotado, definido-, el ensayo encontró en la cinematografía un nuevo medio de expresión al devenir el siglo XX, a medio camino entre el documental, la ficción y el cine experimental. El cine como ensayo nos ofrece una perspectiva critica del genero desde los ejes conceptuales de Lukács, Bense y Adorno, así como la revisión de la génesis en Montaigne. Bases teóricas y literarias que le permiten a Adriana Bellamy establecer las resonancias en el ensayo fílmico: los principios de la fotografía, las vanguardias estéticas, el desarrollo del lenguaje cinematográfico y las fronteras entre géneros, para dar sustento a destacados representantes como Mekas, Akerman, Moretti, Pasolini, Welles, Kluge, o Godard: de entre ellos, punto medular de la obra, su autora presenta el análisis de tres fundamentales ensayos fílmicos: Sin sol, de Chris Marker; Imágenes del mundo y la inscripción de la guerra, de Harun Farocki, y Los cosechadores y yo, de Agnes Varda. Adriana Bellamy transciende a los filmes particulares para proponer los elementos esenciales del cine ensayo. Con este estudio contribuye a la comprensión del devenir de la cinematografía en su conjunto, tanto en sus dimensiones teóricas como creativas.