También el león debe tener quien cuente su historia. No sólo el cazador. Chinua Achebe, famoso escritor nigeriano, nos recuerda con esta sugestiva metáfora que la historia del África subsahariana, tan variada en sus paisajes naturales y humanos, ha sido interpretada casi siempre a partir de las peripecias de la penetración, la conquista y las exigencias colonizadoras de las potencias europeas. Desde las declaraciones de independencia, a partir de los años Cincuenta del siglo XX, los sistemas políticos y de organización del Estado presentes en África han sido analizados según los mismos modelos de modernización y desarrollo que regían en los países occidentales. Pero esos modelos son ajenos a la experiencia histórica de transformaciones y convulsiones que integra la compleja realidad del África; de un continente relegado por la dominación colonial a una tradicional condición de diferente, concebida como apego a la inmovilidad, obstáculo infranqueable a cualquier proceso de desarrollo. De esta falla teórica se alimenta la persistente negación de la historicidad del África, que aún hoy hallamos en la información que se nos ofrece a cada nueva crisis que altera Estados, regiones, sociedades o poblaciones del continente. Lo que afecta más negativamente es el paternalismo envuelto siempre en buenas intenciones, y en encomiables propósitos con que se representan los sucesos que tienen lugar en África; un paternalismo cuyos puntos de referencia culturales radican en representaciones de un África antiguo, mítico, museo antropológico encerrado en su exótico inmovilismo; un África dividido por odios étnicos ancestrales, proclive a sufrir su enigmático atraso con la repetición ritual de grandes tragedias ecológicas: sequías, inundaciones, plagas de langostas. Un África, en fin, que es preciso salvar y en este punto difieren las opiniones de los buenos samaritanos ya sea obligándolo a modernizarse o dejándolo librada a sí mismo, de modo que pueda recuperar sola su antiguo y natural equilibrio. Estas representaciones del África subsahariana, y las medidas que de ellas se derivan, permiten comprender el carácter de la marginación sufrida por África a lo largo de su historia, y la gran difusión que alcanza tal marginación. El África negra no es simplemente un África donde habitan negros; es también el África desconocida e incomprensible porque no aceptamos su historicidad: el corazón de las tinieblas que no sabemos cómo descifrar, ni queremos, entre otras cosas porque intentarlo agitaría los fantasmas de nuestro persistente prejuicio( )