Pensar el mundo a través de lo inmundo. La etimología, como es usual, aporta su luz: IN-MUNDO es aquello que no tiene belleza ni, por lo tanto, razón de ser, es lo abyecto mismo, lo que debe ser expulsado o, al menos, puesto a distancia en un lugar contenido y controlado, para que exista mundo. Durante siglos, esa fue la visión antropomórfica dominante.
Movida por este desafío, veto y reto a la vez, y valiéndose del arte contemporáneo que se animó a tratar con este presunto afuera (por ejemplo, las asombrosas obras de Gina Pane y Pierre Huygue), pero también del cine (con el ya célebre film Parasite), Marion Zilio convoca ese impensado del pensamiento, las larvas, como llave para elaborar una ontología relacional, transductiva y coindividuante, desde un perspectivismo cosmológico que dé cuenta del desfondamiento de aquella visión moderna demasiado humana.
Las larvas, como la totalidad del mundo natural, fueron emplazadas, visibilizadas y analizadas por el hombre, único sujeto de conocimiento, pretencioso y autodesignado naturalista, en vivarios, acuarios, y otras arqueologías de cristal y panópticas. Pero como paradoja de los tiempos, asistimos hoy a una inversión por la cual nosotros mismos, los humanos, nos hemos convertido en presas: necesarias interfaces en vitrinas que nos exhiben y redes que nos exceden, a las que aportamos los datos que se convierten de inmediato en las cadenas de nuestra renovada sujeción.
En estas condiciones, dice Zilio, resulta conveniente conocer de cerca a las larvas, que nos pueden ofrecer un espejo donde reflejarnos, pero además modos de transitar la realidad que nos contiene. Se tratará entonces de alumbrar el potencial de las larvas, su plasticidad, su capacidad de fundirse en el devenir, agenciar flujos de vida, contagiar, contaminar, su poder de no hacer, que solo en apariencia es pasividad. Para que, otra vez con el auxilio de la etimología, el ser humano, humildemente, regrese al humus, para hacer compost. Pues de allí venimos y allá vamos.