Esta elegía es una ofrenda para los indefensos, los perseguidos, los masacrados. La autora nos recuerda, a través del profundo simbolismo de los pétalos marchitos, la naturaleza frágil y fugaz de la vida y la libertad. Esta obra sacude conciencias, y es testigo vivo de que los muertos nunca nos abandonan por completo, desde su silencio, siguen ardiendo en la inextinguible Flama de la memoria.