Hace ya algún tiempo, Edmundo O'Gorman llamó la atención sobre la producción simbólica y discursiva que llevó a "la invención de América". Parafraseándolo, podríamos añadir que el logos occidental, quien produjo a principios del siglo XVI la invención de América, no ha cesado, desde entonces, de seguir inventándola y de producir sucesivos discursos de representaciones de América. Estas representaciones, producto de la actividad legitimadora occidental, tomaron forma en la práctica historiana, lugar privilegiado y espejo mágico en el cual la mirada occidental se complace en inventar a los demás Esta verdad histórica de los demás no puede escapar al control absoluto de la lógica de sus orígenes, y aunque pretende basar su verdad en fuentes primarias, testimonios verídicos, la lógica que los organiza, por más racional que sea, será siempre una producción imaginaria occidental. En este sentido, cabe preguntarse si el regreso a olas fuentes, al documento, que pregona periódicamente desde hace un poco más de un siglo la práctica historiana, no es otra cosa que un mero artificio retórico. Queda así por resolver el problema de saber si en un discurso producido y controlado durante siglos por Occidente habrá lugar para la más mínima verdad americana, o si se quiere, de cómo se puede rastrear en el conjunto de textos e imágenes que constituye América como representación occidental, los elementos de una genuina y preservada América de antes del contagio con Occidente.