La voz de la memoria también puede ser la de los augurios del entorno, y el entorno preconiza el camino. Andar por los poemas de Interrogatorio de la jaula significa hallarse bajo el signo doliente de las presencias. Escuchar de otra manera las propias voces que son huella, espacio ocupado por algo que pareciera no estar ahí pero que siempre retorna y estructura el tiempo. La fuerza de su enunciación es una travesía de vocablos que se encuentran con quien lee, al son de una cadencia que no sólo mide el orden posible del sentido, sino que da cabida a extravíos y nociones errantes de lo existente.