Aquí, en La nadadora deshuesada, Linda Maria Baros ha edificado con asfalto, muros, tejados, puentes, subterráneos, suburbios y vías periféricas una modernidad; una gastada, una de un brillo oscuro, una mitológica y urbana. Quienes aquí deambulan, tanto corriendo por lo alto como tropezando por los conglomerados de hormigón, obedecen a lo ominoso; se atisban, desaparecen, se callan, hacen resonar su voz desde los callejones sin salida, se van haciendo de una materia oscura, pegajosa leyendas metropolitanas. Aquí donde las banderas, las plazas públicas, los tejados, el eterno concreto autocompactante que resuena bajo los pies anónimos, aquí donde los puentes bajo los cuales yacen gente sin nombre y pájaros ahogados, aquí una constelación urbana donde la crueldad pasea levemente la mano rozando sobre la ternura. Y aquí también, al fondo, esas nadadoras míticas involuciones que carecen de los huesos que las afianzan como un significante, como un nombre al mundo. Aquí el mundo que se hace presente renombrado.
Gustavo Osorio de Ita