Lo primero que llama la atención de los poemas que componen el libro de Cristina Guillermo, La próxima vez que corten mi cuerpo, es su desnudez enunciativa: el registro concreto, irónico y tierno a la vez, de distintos fragmentos de su vida. Poemas autobiográficos, en el sentido que Robert Creeley le da a esa palabra: Una vida que se rastrea a sí misma. La evidencia de eso que llamamos realidad se vuelve dicción fluida y transparente en sus poemas. Al parecer, Guillermo restaura el pacto de confianza que parecía perdido a los ojos del siglo XXI entre las palabras y las cosas: confianza en la vida y confianza en las palabras que la nombran, son los cauces que toma la expresión de la poeta. Esa recuperación de la literalidad salva al lenguaje de todo abismo, pero también de toda abstracción.
Guillermo nos sumerge en el mundo de las sensaciones, nos sitúa en ese espacio en el que el cuerpo regresa a la mente: siento, luego existo, podría decirse. Es por ello que no es extraño que la infancia y la juventud estén tan presentes: momentos de vida que señalan a la existencia como un ritual de iniciaciones: la sexualidad, el asombro, el juego, el aburrimiento y la muerte se imponen como entradas elementales de energía, como fuerzas motrices de la escritura.
Lo cotidiano se desliza continuamente entre los versos largos y entrecortados de Guillermo, señalando con esto el ritmo de la existencia. La próxima vez que corten mi cuerpo nos sitúa frente a poemas sencillos, despojados de ornamentos, que escapan a toda metáfora. No hay nada que sustituir, diría la poeta, la vida es una, liviana y pesada, dulce y dolorosa, al mismo tiempo.
Tania Favela