En la sal de estos versos la agonía de crecer nos despierta. La poeta acumula lenta y minuciosamente todos sus fragmentos y se mira a través de ellos con la esperanza de prolongar el edén de lo intacto (la infancia, los nombres, las certezas) y tal aprehensión, aunque por un instante devuelve su vitalidad a lo marchito, se osifica en la memoria. La voz poética insiste en mirar atrás en busca de un elemento que inmortalice a estas sustancias, pero a medida que la observación transcurre, su finitud se transparenta: "Una hoja blanca no siempre fue esto"; todo lo que en principio era vértigo comienza a transformarse en potencial: la promesa del futuro se libera. El miedo al envejecimiento entraña también una paradoja: conforme la voz femenina encuentra su raíz, los prejuicios que alimentaron el temor caducan, los nombres recuperan su verdad, el dolor de la sal purifica, cambian las reglas del juego pero el juego se reanuda y se mantiene activo. La culpa se desvanece y el aire se reconcilia con la tierra. Velasco Oropeza explora a su vez el territorio de otro idioma, las palabras vuelven sobre sí mismas después de haberse probado lejos del hogar. Los versos que emigraron hace años regresan del viaje interior siendo otros sin dejar de ser los mismos: "Our sight went muddy like the land"; la vista se hace fértil para que la poesía en nosotros crezca. Fernando Ruiz