El paisaje urbano cercano a las prisiones se puebla, semanalmente y con
extraordinaria regularidad, de una siempre creciente cantidad de personas que,
sin encontrarse encerradas, mantienen relaciones continuas con quienes están
detenidos. Viven en la "penumbra externa" de las prisiones, sus cotidianeidades
resultan comprometidas, del mismo modo que sus patrimonios resultan
confundidos con el de los detenidos. Las biografías de estos familiares se
encuentran atravesadas por la experiencia del encierro que lejos de ser
individual, como lo postula el derecho penal, se extiende para abarcarlos y
socializarlos en ella, poniendo de manifiesto que sólo "aparentemente" están
afuera de la prisión. ¿Cómo tiene lugar este encuentro necesario -pero no por
ello menos violento- entre los familiares de los detenidos y la institución
penitenciaria? ¿Cuáles son los canales por los cuales las lógicas carcelarias
colonizan las relaciones familiares? ¿Cómo las vuelven funcionales al sistema
premial característico de las prisiones en Argentina? ¿De qué manera se exporta,
a los familiares, el temor que rige las relaciones al interior de la prisión y cómo
gestionan ellos esta violencia? La etnografía realizada en Santa Fe durante casi
dos años, se desplazó siempre desde la prisión para entrevistar en profundidad a
detenidos y al personal, hacia los barrios en que vivían o trabajaban sus
familiares con la pretensión de conocer y documentar cómo viven ellos el
encierro de un miembro de sus familias pero también cómo esa institución que
visitan semanal o quincenalmente se filtra en sus cotidianeidades y las gobierna.
Sin embargo, lejos de sólo responder a las preguntas iniciales, adentrarse en el
universo de quiénes habitan el intersticio y la periferia de las prisiones demostró
cuánto participan los familiares en la obtención de una cárcel quieta.