De todos los malentendidos sobre la obra de Marx y Engels, tal vez la falacia de mayor alcance haya sido que el marxismo constituye un sistema, una suerte de teoría auto-inteligible que permitiría comprenderse a sí misma y al mundo, gracias a la cohesividad de sus principios internos. El encastre de Los grandes hombres del exilio dentro de un materialismo doctrinario ralentizante, siempre igual a sí mismo, es una tarea baldía y de aliento estrecho; por el contrario, lo que el texto permite calibrar es la cualidad fuera de serie de la concepción revolucionaria marxista de 1848, frente al esquematismo de cualquier sistema. La hipótesis del sistema MarxEngels sale vapuleada de la lectura de este texto, por la fuerza de una ironía historiográfica que apela, como recurso figurativo, al escarnio de las biografías. Los grandes hombres del exilio, si cabe la rúbrica, es una parodia sobre la tradición cultural que las generaciones muertas arrojaron a la espalda de la revolución de 1848, una risotada burlona que rasga los límites de la imaginación burguesa, por la vía negativa del sarcasmo. Se entiende que Los grandes hombres del exilio fuera un libelo bien molesto para la socialdemocracia y que el único original manuscrito que quedó en manos de Engels, cuando cayó en las de Bernstein, muy por el contrario a la tarea de un editor, censuró todos los lugares de la correspondencia de Marx en las que se hacía alusión a la obra, cuya lectura debía serle poco menos que insufrible. La furia satírica con que se condena aquí a los líderes de la socialdemocracia francesa, como Ledru Rollin y la Montaña de 1848, pero sobre todo, la despiadada ridiculización de los líderes de la democracia alemana, era capaz de esparcir cierto halo apócrifo sobre los dirigentes socialdemó- cratas de comienzos del siglo XX.