Basta leer el primer poema de este libro para comprender esa fuerza con que Oscar Wilde en su De profundis expresa su vivencia: entrar a esa mitad sombría y tenebrosa del jardín. Es la imago con la que Ana Zemborain nos prepara para asistir a uno de los documentos más bellos y desgarradores de la poesía argentina.
Yo, que conozco y releo muchos de los libros de esta implacable poeta, debiera acaso señalar cuántos elementos extraordinarios cuenta ella para volver descifrable este mundo que nos rodea. Podría hablar de la pregnancia. Esa figura que nos hace desembocar en la simplicidad de las formas. Puesto que si hay algo distintivo en su poética de la simplicidad tan distinta de lo simple, y planteado como una aspiración espiritual es precisamente ese orgullo de rozar la materia viva con el mayor sigilo. Eso que ella alcanza con solo decir: quedo prisionera de nuestra propia inconsistencia.
Pero su libro no es toda la luz del abandono en la tristeza. Ella sufre incluso al revertirse esa situación, cuando la imago de la enfermedad se va borrando en la cercanía de la voz. Cuando la alegría de estar de nuevo con alguien que su palabra recompuso, puede dibujar otros poemas y un libro nuevo. El dolor de un habla que es el trabajo de la sensación. Eso nos salva; allí nos deja; volvemos a nuestra persona de criaturas del mundo. Y a ser los lectores de su infinita emoción.
Arturo Carrera