Leer estos poemas filosos que esconden pudorosamente su cuota de dolor, así como su cuota de dicha, es descubrir a una poeta que se pregunta: ¿A quién ahoga el mar / que a mí no quiso llevarme?, y que escribe no para curar sus heridas o congelar algún tiempo feliz, sino, más sencillamente, para no ahogarse y poder regresar cada vez sana y salva a la orilla, un poco más fuerte, eso sí, y un poco más consciente de ser quien es.