Hace ahora justo veinte años, los Kinsella eran, en apariencia, una familia idílica y feliz. De un día para otro, el marido de Rachel vendió sin avisarle la casa en la que vivían y se llevó a los cinco niños al extranjero. Ella tardó un año en volver a verlos, y su pánico era tan intenso que se tambaleaba por la acera a medida que se acercaba a su encuentro. Hace ahora justo veinte años de la ruptura, este preciso fin de semana en que tres de los hijos de Rachel ?Ellen y los gemelos Joe y Michael?, ya adultos, cada uno de ellos sumido en su particular crisis personal, se han reunido en la casa materna. Desde aquella separación traumática, a los Kinsella no se les dan bien las despedidas, aunque tampoco las reuniones, en las que los ecos del pasado los desbordan. Inevitablemente, con esos recuerdos tan vivos para Rachel, no es de extrañar que una conversación casual, en el porche, después de cenar, derive en una confesión sobre los acontecimientos que propiciaron aquella ruptura; lo que sin duda ella no espera es que sus hijos tengan también algo que contarle?.