En un museo, parece que los cuadros y esculturas hayan nacido ahí. Hablan por sí mismos y, aunque sabemos que fueron ejecutados en otro sitio, su recorrido hasta el museo se desvanece, como si no tuvieran más historia que el deslumbramiento que produce su contemplación. El museo es, así, su lugar natural, donde siempre debieron estar. Y quizás lo sea, pero las peripecias que han vivido hasta llegar allí merecen mayor atención. Porque hay historias inesperadas detrás de las obras de arte. Historias de ambición y despojo, de azar, olvidos y fanatismos. Codiciadas por reyes, obispos y dictadores, robadas, guardadas en bóvedas o encerradas en túneles subterráneos, muchas de las obras sufrieron atentados que las dañaron, se salvaron de milagro de ser devoradas por las llamas tras un bombardeo o fueron objeto de oscuros manejos por parte de museos que lucran con su exhibición. El siempre enigmático poder del arte se cruza aquí con tramas políticas y personajes que parecen salidos de una novela policial.