La caída de París durante la Segunda Guerra Mundial marca un punto de quiebre en la historia cultural: el mundo del arte se convierte en un espacio sin centro. Con la Europa devastada, el impulso utópico, la imaginación de que era posible delinear un futuro para las formas, se traslada y comienza a producirse en escenarios diversos. Tras la posguerra, y especialmente desde los años sesenta, la transformación de los lenguajes propia de las vanguardias y neovanguardias se despliega desde distintas escenas en una trama de simultaneidades: en todas partes y al mismo tiempo. Poniendo el foco en el arte latinoamericano, Andrea Giunta utiliza una mirada comparada que logra romper el modelo evolutivo y demostrar que la innovación no se produce en un lugar y luego se replica en otro, como un mecanismo que irradia desde los centros hacia las periferias. El territorio en el que pone a prueba sus hipótesis es amplio: las vanguardias de posguerra en Buenos Aires, México y Brasil; el indigenismo y su reapropiación de tradiciones, de Xul Solar y Torres García a Punto poncho; la trama poscolonial en la obra de Mohamedi y