¿Puede alguien salir inmune de una experiencia transmigrante por los museos, las calles y las aulas?
¿Puede la curaduría, la museografía, la crítica de arte, la academia, ser ajena al proceso transformador que están llevando adelante las prácticas artísticas?
¿Cómo se afectan nuestras cuerpas cuando la política del roce es el aire fresco que desmarca y erotiza, para repartirlo tode y que sea para todes tode?
La revolución es colectiva y feminista, sin dudas, pero federal y siempre en viaje.
Curaduría afectiva, esa energía nuestra, específica, agrumante, territorialización del deseo a pura indisciplina, ágenero, inqueita, desencajada.
Ni un diario de viaje. Ni un glosario de definiciones. Ni un registro de charlas, clínicas o clases. Ni un catálogo de exposiciones. Ni un libro sobre curaduría. Ni un enunciado político. Ni un texto literario. Ni menos que menos, certeza.
Curaduría afectiva: el escurrirse entre los cuerpos de esa resaca dulce de desearlo todo.