Luego de que los Estados Unidos aboliera la esclavitud, el racismo en ese país se caracterizó por su manifestación explícita, formal y segregacionista, llegando a ser legalizado e institucionalizado; sin embargo, tras la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, en 1964, se utilizaron nuevos mecanismos para mantener la dominación social sobre la población afroamericana: prejuicios, confinamiento en guetos, minimización de oportunidades laborales, precarización de sus condiciones de vida, criminalización, encarcelamiento masivo y brutalidad policial.
Tras la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, en 2008, los prejuicios raciales se profundizaron entre los sectores conservadores blancos. Y durante la presidencia de Donald Trump, el racismo formó parte de su discurso y de sus prácticas, ya que atizó las tensiones raciales, apoyó a grupos abiertamente supremacistas y justificó el uso excesivo de la fuerza policial contra los afrodescendientes. Estos hechos favorecieron los comportamientos racistas de la policía y le proporcionaron apoyo político e impunidad judicial, que quedó en evidencia con el brutal asesinato de George Floyd, en 2020, a manos de la policía en la ciudad de Minneapolis.