Durante siglos la belleza ha sido impuesta a las mujeres como un requisito imprescindible para demostrar su feminidad; pero fue en la sociedad contemporánea cuando estos ideales se masificaron a través del sistemático bombardeo de las imágenes inalcanzables de actrices, modelos y cantantes. En la actualidad, la belleza se organiza en torno a criterios sexistas, racistas, gerontofóbicos y gordofóbicos y se les exige a las mujeres responder a uno de los cánones de belleza imperantes: la pin-up de grandes proporciones o la modelo/miss de apariencia anoréxica. Quienes no responden a estos estereotipos son víctimas de discriminación, exclusión y violencia, presión social que lleva a las mujeres a someterse a modificaciones estéticas innecesarias, invasivas y riesgosas mediante los productos y servicios ofrecidos por las multimillonarias industrias cosméticas, farmacológicas y quirúrgicas, que lucran con su sufrimiento y que contribuyen a perpetuar la dominación masculina.