En la sociedad contemporánea todo aquel que no forme parte del grupo de los hombres, blancos, heterosexuales y poseedores de recursos, se encontrará bajo la mirada evaluadora y calificadora de la expectativa social. Es en este contexto que es posible afirmar que la percepción del otro como diferente va a detonar reacciones que estarán determinadas por los procesos de socialización de cada individuo y que al mismo tiempo crearán las condiciones para la emergencia del estigma.
Este estigma como bien afirmase el sociólogo Erving Goffman (1963), puede definirse como:
Un atributo que vuelve al sujeto diferente de los demás (dentro de la categoría de personas a la que él tiene acceso) y lo convierte en alguien menos apetecible en casos extremos, en una persona casi enteramente malvada, peligrosa o débil. De este modo, dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y menospreciado. Un atributo de esa naturaleza es un estigma, en especial cuando él produce en los demás, a modo de efecto, un descrédito amplio; a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja (Goffman, 2006. p. 12).
Desde esta perspectiva existirán dos tipos de sujetos vulnerables al
estigma, el desacreditable, es decir, aquel cuya condición de diferente no es conocida por quienes lo rodean ni inmediatamente perceptible, por ejemplo el homosexual; y el desacreditado, cuya calidad de diferente ya es conocida y resulta evidente en el acto. En esta última categoría se inscribe el racismo pues la condición de diferente del afroamericano o el indígena por su pertenencia étnica se constituye como ineludible e inocultable; este hecho lo coloca de forma inmediata y permanente bajo la posibilidad de ser estigmatizado en los diferentes ámbitos, espacios e interacciones en los cuales se realiza la vida cotidiana.
En el caso específico de América Latina y El Caribe este proceso de estigmatización y racialización tiene su origen en el proceso de colonización europea y el mestizaje forzado que determinó el destino de la región. En el caso específico de la población afrodescendiente en América Latina y El Caribe, su experiencia continúa estando determinada por el proceso colonizador, al haber sido considerados por estos como una raza inferior intelectual, moral y espiritualmente al haber sido un grupo esclavizado, motivo por el cual cuentan aún en la actualidad con menor estima y estatus social.
Sin embargo, y pese a la magnitud de esta sociopatía, la discriminación racial continúa siendo parte de un discurso periférico en las ciencias sociales, obviado desde la producción de conocimiento y desatendido en lo que refiere la realización de procesos diagnósticos y el diseño de políticas públicas que favorezcan su prevención, atención y erradicación.