Sé que no es nada muy fascinante, pero es nuestra vida, escribe una madre a sus hijos en una carta en la que les cuenta sus últimos hallazgos: la mayoría de los alimentos que consume vienen de lugares tan remotos que le resulta vergonzoso seguir comprándolos y decide cambiar radicalmente su vínculo con la alimentación, y además empezó a sentarse en otra silla de la mesa de la cocina porque desde allí ahora puede ver los árboles por la ventana. Quizás sean hechos nada fascinantes, pero a través de la mirada de Lydia Davis se resignifican y adquieren una belleza particular por la manera en que los articula a partir de un lenguaje tan despojado como perturbador.
En este libro, Davis construye una colección de relatos breves en los que la cotidianidad se vuelve un mundo otro para observar y así aparecen desde registros de conversaciones matrimoniales fallidas, escenas de pequeñas alianzas temporales entre vecinos que comparten un ascensor, hasta cartas a instituciones a las que siempre hay algo para reclamarles, listas sorprendentes y sueños hilarantes. Esa gente que no conocemos confirma la potencia del estilo de Lydia Davis, una escritora brillante que se ha vuelto un referente ineludible de la literatura contemporánea.