¿Es la intimidad un espacio filosófico? Flujos y reflujos: la historia de la filosofía es extensa, compleja, variada. Los pensadores se han ocupado, a lo largo de 2500 años, de casi todos los temas posibles. Se han planteado prácticamente todas las preguntas que se nos puedan ocurrir. ¿Qué cambia? ¿Qué es, en todo caso, lo nuevo? ¿Cuál es la posibilidad de aportar una mirada inédita a esa larga, intensa, compleja y abigarrada historia? ¿Es que no se ha dicho todo ya? Tal vez sí, ya todo ha sido dicho. Tal vez, en cada época, los hombres volvemos a preguntarnos las mismas cosas, a susurrarnos los mismos temores, a plantearnos iguales interrogantes. Curiosa modalidad la de la filosofía: pareciera que su destino y su sentido, su esencia -si queremos usar un término del propio repertorio filosófico- no consiste en responder, sino, propiamente, en sostener la pregunta. En mantener la vigencia del preguntar, en asegurar que siga siendo posible, válido, necesario preguntar. Sostener la posibilidad, el valor y la necesidad de la pregunta como tal. Disipar toda confianza en las respuestas definitivas, agitar las certezas, despertar del sueño facilista -y fascista- que pretende cerrar, resolver, aquietar las dudas, hallar 'soluciones finales', reconducir los posibles verdaderos de La Verdad. Esta 'filosofía de cámara, contraviniendo tal pretensión, apunta a sortear el peligro de un pensamiento absoluto o hegemónico. Seguir, como en la danza, la música del pensar.