En este texto publicado de manera póstuma, Val Plumwood reflexiona acerca de dos encuentros personales con la muerte: ser presa de un cocodrilo y enterrar a su hijo en un cementerio rural en medio de una abundante comunidad vegetal. La autora cuestiona el excepcionalismo que separa lo humano de la naturaleza, el cual se refleja en la elección entre dos concepciones de la muerte: una de continuidad en el ámbito espiritual, y la otra, un reduccionismo materialista en el que la muerte marca el final de la historia del ser. Ambas perspectivas dislocan la base de la existencia animal: que todes somos alimento y a través de la muerte alimentamos a otres. El enfoque de Plumwood defiende un materialismo animista en el cual la vida se concibe como un proceso de circulación en el que las prácticas funerarias pueden afirmar que la muerte es una oportunidad de vida para otres en la comunidad ecológica.