Han pasado más de cien años desde que la exposición de Manet en la Galería Martinet proclamara el descontento de una generación con el modo académico de ver el arte. Viviendo el estilo de vida bohemio del mito moderno, los artistas más tarde denominados impresionistas formaron su propia sociedad alternativa, cuyos encuentros tenían lugar en cafés de Monmartre y en sus propios estudios. Obras de Pissarro, Monet, Renoir y Cézanne fueron rechazadas de plano por el Salón de 1873, pero el siguiente fue el primero de ocho años de exposiciones impresionistas: el grupo se hizo célebre por el comentario burlón de un periodista sobre «Impresion: Soleil levant de Monet» y por una reseña aparecida en Le Figaro que describía a los artistas como un grupo de desdichados corrompidos por la locura de la ambición. Pero, ¿eran los cuadros impresionistas sólo superficies decorativas que no tenían valor más allá de sus agradables combinaciones de forma y color, o representaban la influencia de fuerzas sociales de mayor calado, la alienación de la metrópoli moderna? ¿Eran los colores experimentos a modo de juego o reflejaban medidas creencias filosóficas y científicas? Adoptando un punto de vista alternativo sobre estos artistas y sus métodos, y teniendo en cuenta sus propias investigaciones sobre la percepción, Paul Smith examina el contexto social, político e intelectual en el que surgió el Impresionismo. En los distintos capítulos, trata de disipar la idea de que al Impresionismo no le importaba el mundo social del que surgió, y, al hacerlo, ofrece una oportuna y nueva apreciación del grupo que inspiró el ideal moderno del rebelde artístico.