«Todavía era temprano. Tenía algunas horas hasta que viniesen los alumnos. Salí al patio a ver al cielo, aunque ya me habían avisado que siempre lo vería plomizo. Por lo menos no era una escenografía de hule como los que miraba desde la terraza de mi PH. Algo era algo. ¿Cómo serían los cielos de las otras zonas de Lima que no habían tenido la misma suerte?
Subí hacia mi cuarto deseando escribir. La habitación ya estaba limpia y oliendo a lavanda. Tomé la lapicera y caminé dando círculos alrededor del tapete. Pensé que moriría así, con la lapicera en la mano esperando arreglar alguna cosa. Me senté, busqué un papel y cuando iba a escribir no pude. Estuve estática mirando la ventana.
Un sonido conocido vino acercándose al dintel. Era el revoloteo drónico de Silvia Plath con un pendrive y un papelito escrito a mano en el que Guille me pedía conectarme a la compu que me hayan dado. Era cierto. Melba además del talco Johnson y las almendras confitadas, que había dejado junto a mi cama, también me había dejado una compu para lo que ella llamaba mis tareas. En esa parte alta de la casa donde estaba mi habitación, la conexión era perfecta. Rápidamente pude así conectarme al link que Guille me había mandado».