Por años tuve el privilegio de ver todas las retrospectivas de cine negro que organizaba la cinemateca del Film Forum de Nueva York. Nada me seducía tanto como la fotografía de esas películas, sus planos torcidos, sus personajes adorables y ruines, sus antros del mal donde las corruptelas del poder se revelan como el principal maleante. Pero, sobre todo, lo que me deslumbraba eran los duelos verbales, la jerga urbana, las insinuaciones procaces que acababan imprimiendo en la pantalla una serie de palabras sucias, algo así como una serie (de la) B: booze (alcohol), blondes (rubias), blood (sangre), bullets (balas).Estos poemas, que escribí entonces, parten de esa obsesión: se alinean con la figura de los galanes recios y las rubias glaciales no inmunes al goteo erótico de la sensualidad para oponerse a la pulcritud y las buenas costumbres que reclaman siempre las fuerzas del orden. Vistos desde hoy, se agradece también la ausencia de lo políticamente correcto, ese invento puritano para edulcorar el salvajismo de los prejuicios sociales. Bienvenidos a los negros saltos de un corazón de cemento. María Negroni