Luz de día (Lima, 1963), el segundo y célebre poemario de Blanca Varela, se considera una obra clave dentro no sólo de su producción poética, sino que también de toda la neovanguardia hispanoamericana. Publicado cuando la autora tenía 37 años, cimentó y consolidó al mismo tiempo su visión renovadora y estilo depurado, que serán determinantes en la fundación de la poesía peruana contemporánea, junto a la obra de César Vallejo y Jorge Eduardo Eielson.
Dividido en tres secciones (la primera de ellas escrita en prosa), Luz de día presenta poemas clásicos que, como tales, siguen asombrando por su frescura y actualidad. Así, por ejemplo, en Del orden de las cosas se despliega un arte poética en la que se propone reconstruir una estructura alterada (Hasta la desesperación requiere un cierto orden), como una búsqueda vareliana por urdir en esa desesperación auténtica, la fisura de una luminosidad, en la que la ausencia pareciera borrar los objetos; o en Madonna con una simbólica relectura de la condición femenina en la que lo profano, y con ello la oscuridad y lo imperfecto, se entrelaza con lo sacro.
El particular uso del claroscuro por parte de Varela, que más que acentuar el contraste entre la luz y la sombra, intenta demostrar su íntima compenetración, da cuenta de una imagen del mundo no dualista, compleja, de múltiples ángulos superpuestos. En palabras de la poeta y ensayista Natalí Aranda, de quien la presente reedición incluye un lúcido epílogo: Los poemas de Luz de día tienen un movimiento vertical, descendente y ambiguo. Son la atención que persiste en sacar del vacío una palabra, un esbozo, un sonido. La persistencia de una realidad expandiéndose en el acto creador. La poeta es una conciencia a la espera de la palabra, de esa herida que se abre entre dos oscuridades.